Sandra Borchichi: la profesión “empezó por las ganas de hacer algo por el otro”


La paz que al hablar transmite la Dra. Sandra Rosana Borchichi (56) es, seguramente, la que necesitan los familiares de los pacientes que asiste como jefa de Hematoncología del Hospital Pediátrico “Dr. Fernando Barreyro”.

En su familia no hay antecedentes de médicos. Pero su madre, Luisa, era la que siempre alentaba a que siguiera esa carrera. “A mí no me desagradaba. En ese momento veía a la medicina como una posibilidad de ayudar a la gente, y me parece que fue así. A esa edad -dejando atrás la época del proceso militar- queríamos salvar al mundo, creíamos que seríamos superhéroes”, manifestó quien hoy es la cara visible de un gran equipo.

Agregó que todo empezó “por las ganas de hacer algo por el otro. Después, creo que la vida y el camino se van haciendo a medida que uno los transita. Es lo que le digo a todos los jóvenes. No es que uno piensa que va a ir a vivir a tal lugar, y que se va a quedar ahí. No es así. La vida te pone caminos que uno ni los piensa, porque si cuando estudiaba medicina me iban a decir vas a ser pediatra, decía: ¡ni loco!. Para ser pediatra uno tiene que ser un poco especial porque es otro tipo de pacientes que, además, son la joya de la familia. Es que cuando uno trabaja con un niño, también lo hace con la mamá, el papá, al abuelo, el tío, la vecina. Todo el mundo es opinólogo, y uno tiene que contener a esa gente. Entonces, como que pediatría no era una de las primeras opciones”.

Por lo general, los familiares “meten mucha presión. Tuvimos experiencias buenas, pero también viene gente que se pone violenta porque son sus hijos. Y es entendible. Cualquiera queda loco si pasa algo con un hijo”.

 

“La Casita Creación fue para mí un apoyo tremendo. Creo que no hubiese sobrevivido tantos años sola. Estuve 17 años en el Hospital trabajando sola y generando o armando el servicio”.

 

Nacida en Resistencia, Chaco, Borchichi se recibió de médica en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), en Corrientes, en 1991, y poco después arribó a la provincia como pre residente de pediatría a este hospital, que era nuevo -se había inaugurado en 1988-.

Llegó con un grupo de colegas amigas, le encantó Misiones, y tenía la posibilidad de quedarse. Completó la residencia y luego viajó a Buenos Aires a hacer la especialidad. Volvió en 1999 e, inmediatamente, “empecé a trabajar porque había un requerimiento importante de esta especialidad. De hecho, estuve 17 años trabajando sola en cuanto a especialidad. Armamos un servicio, formamos enfermeras, formamos a una médica clínica, que eran mi apoyo en este momento. Y desde 1995 está trabajando conmigo el Dr. Fernando González, que también hizo la especialidad”, manifestó.

“En la actualidad, prácticamente no tenemos internación pediátrica en los sanatorios, menos para una especialidad como la mía. Pero en ese momento atendía en el hospital y había niños internados en el sanatorio. Y la verdad que ahora me doy cuenta que fue un trabajo muy exigente”, comentó “La Borchi”, tal como la bautizaron sus pacientes más pequeños.

Sostuvo que moverse en este ambiente, “es brutal”.

“Creo que la mayoría de los médicos en formación, no quieren entrar cuando pasan por las salas oncológicas. Es como que le esquivan a ese tipo de pacientes. Eso también me pasaba cuando era residente. Por esas cosas del destino, me animé a entrar a ver a uno de los adolescentes que tenía leucemia. Fue con él que pude descubrir que el niño no es sólo la enfermedad, es un niño, un adolescente, tiene sus cuentos, tiene sus anécdotas, tiene su historia, y quiere hablar, jugar y compartir, por lo que está pasando. No es sólo la enfermedad que es donde los médicos nos metemos. A partir de ahí me di cuenta que podía y se fueron enredando los hilos para que pueda hacerlo”, atestiguó.

 “Mi mamá, Luisa, era docente, y le brotaba el orgullo que su hija fuera médica, ya que no hay antecedentes de médicos en mi familia”, dijo emocionada hasta las lágrimas. Ella siempre decía “por qué no estudias medicina y, la verdad, es que la idea no me desagradaba”. En ocasiones, “cuando venía de paseo, la llevé a cumpleaños de pacientitos a los que estaba invitada. Después, era el comentario con sus amigas”.

 

Cosas que equilibran

Insistió con que “no somos de piedra, nos duele, porque son pacientes que vemos todas las semanas y terminamos conociendo a los hermanitos, a la familia, a los abuelos, porque no tratamos solamente al niño y a la mamá, como fue un poco en la pandemia. Después del Covid, y antes, tratamos con una familia. La verdad que no somos de hierro, nos duele, pero no podemos parar. Tenemos que seguir adelante. Y seguramente en esa semana vemos algo que nos reconforta, o tocamos la campana, que es el mejor sonido para expresar la alegría de un paciente al superar un cáncer. Son cosas que hacen que nos equilibren”.

 

Sostuvo que “creo que a ese dolor que se produce cuando un paciente se va, uno lo procesa por dentro. Hace unos años tenía problemas en la piel y ahora que bajé el ritmo, me doy cuenta que el cuerpo manifestaba cosas. Es lo que tiene esta especialidad. Están los chicos que parten y uno a la muerte ya la ve de otra manera, porque es un chico, probablemente que sufrió mucho, que para llegar a ese estado tuvo que pasar por muchas cosas. Pero es una de cal y una de arena: muchas veces, al ratito o, al otro día, viene una persona y dice: doctora, mi hijo, que fue su paciente, ahora se recibió y le invita a presenciar la defensa de su tesis. Esas cosas creo que son el equilibrio”.

Ver la cantidad de pacientes curados, nos obliga a seguir adelante, a mantenernos en pie. Me parece que cuando uno ve a uno de esos papás que perdieron al hijo y que se acercan y que te abrazan, te preguntan cómo estás, o te mandan mensajes por el cumpleaños o el día de algo, reconforta también porque uno sabe que dio todo. Impacta más el chico que muere. Capaz me piden que nombre a diez que ya no están y los tengo registrados, sin embargo, me piden el nombre de diez que se curaron y capaz lo tengo que pensar, no porque no los recuerde sino porque te impactan emocionalmente las batallas perdidas”, reflexionó.

Todos los años, para Navidad, la doctora concurre a su trabajo disfrazada de Papá Noel o de Duende, “porque a los chicos les encanta y uno los saca del contexto”.

Y añadió que, si bien “somos personas de ciencia, hay religión, creencias, que ayudan en el día a día. Hay gente que cree en otras vidas, en el karma, hay muchas cosas. Somos muy consciente que hay algo más y que es lo que nos da la fuerza”, acotó la profesional a su paso por el programa Primera Plana, de FM 89.3 Santa María de las Misiones, la radio de PRIMERA EDICIÓN.

Reveló que en ese momento “no teníamos quien los trate, y todos los pacientes con tumores sólidos eran derivados al Garrahan o al Hospital Posadas. Estaba en el Hospital de Pediatría el hematólogo Carlos Fukiya, que nos ayudaba con el pequeño grupo de pacientes que teníamos. Después con uno de estos niños oncológicos derivados al Hospital Posadas viene una notita de invitación del jefe del nosocomio a que vaya a conocer el servicio, a que fuera a un congreso, a la fiesta de Navidad. Siempre le digo: usted fue haciendo que me involucrara y que me gustara”.

 

Separar las aguas

En 1999, cuando regresó a la capital misionera, “sabía que no había nada armado, así que, de a poquito, fui sumando gente y ganando espacio. En un primer momento teníamos una sola habitación para todo y como era la habitación que tenía televisor, a la tarde, cuando no había personal que esté a cargo de ese lugar, venían pacientes que estaban cumpliendo tratamiento por neumonía, por tuberculosis, a la pieza de los niños oncológicos. Fue muy difícil empezar a separar los lugares y tener un grupo de enfermeras que trabaje conmigo, que de a poquito fueran especializándose”.

Recordó que, en el 2000, surgió el Registro Oncopediátrico Hospitalario Argentino del que “participamos desde la primera reunión, que abrió las puertas a que la gente se pueda formar. En este momento tenemos ya un servicio totalmente armado donde hay muchas especialidades que comparten, tuvimos que incorporar en el hospital un nuevo consultorio sumado a los nuestros para los especialistas que vienen a ver a nuestros pacientes, como la gente que trabaja en cuidados paliativos, traumatología, odontología, reumatología, porque estos pacientes tienen muchas aristas. Entonces estamos trabajando con un equipo muy grande, prácticamente con todo el hospital, y tenemos un grupo de enfermeras formadas, un grupo de psicólogos formados. Esto ha crecido notablemente”, explicó.

Entiende que con esto no se puede parar. Es que “hay patologías en las que el cambio fue abismal. Por ejemplo, en este momento colaboro con el doctor González en lo oncológico, pero estoy haciendo más patologías benignas. En hemofilia, desde hace diez años es terrible el cambio que hubo en cuanto a la medicación y así también con prácticamente todas las patologías, entonces uno no para. El doctor estuvo la semana pasada en un congreso oncológico y yo viajo a uno de hemofilia. Estamos todo el tiempo capacitándonos porque esto no se detiene”.

 

El balance

Confió que, personalmente, no hace un parate para observar lo que se hace, pero “creo que el balance de tantos años es espectacular. Estamos muy bien posicionados con respecto a otras provincias, comparando con las del NEA, por ejemplo, creo que somos los primeros en el ranking en cuanto a insumos, a posibilidades de tratamiento, a contar con un traumatólogo que se dedica a oncología, a contar con un equipo. El apoyo que tenemos del Ministerio de Salud Pública desde hace muchos años, es muy valioso, porque, cuando vine, era pedir todos los días, y tuve una recepción increíble. Y a los chicos atendidos acá, no les falta nada: medicación, estudios, o sea, podemos completar todos los estudios que necesitamos. Creo que, de no tener nada a tener lo que tenemos hoy, es increíble”.

 

“Me gusta mucho el básquetbol de la NBA. Lo miro siempre, estoy pendiente de los partidos, conozco a algunos jugadores y si, por ejemplo, estoy en Estados Unidos, y tengo oportunidad de ir a ver algún juego, por supuesto que lo hago”.

 

Borchichi participó en el diagrama del hospital oncológico cuando fue convocada por funcionarios de la cartera sanitaria “para ver qué me parecía. Hoy, podría decir, que ya tenemos que reprogramar para hacer algo un poquito más grande”.

Y el balance personal también es fantástico. “Con la familia estoy hecha, tengo hijos adultos y una pareja, también profesional médico, que siempre me acompañó. Cuando hoy pienso cómo los llevaba a la escuela, los traía y me hacía cargo de un montón de cosas, por ahí no lo comprendo”, dijo, entre risas. En cuanto al crecimiento en la especialidad “me siento muy satisfecha porque pasé a formar parte de distintas entidades como la Asociación Argentina de Hemofilia, de la que fui una de las socias fundadoras. Siento que participé de muchos proyectos y que están dando resultado”.

“Los partidos de fútbol me gustan. Tras un Congreso, fuimos a ver un partido del Manchester City, y me encantó. Soy fanática de River pero todavía no tuve oportunidad de ir a la cancha. Miramos todo por televisión, porque son muy futboleros en casa”.

 

Cuando pidió “auxilio” a la comunidad por el tema de la ayuda al niño con cáncer “se acercó Nadia Chávez, Marisa Omegna, para acompañarme en todo lo social. Hoy, después de ese puntapié inicial, Casita Creación es una entidad con vida propia, con un montón de historias. Ellos son nuestra tercera pata porque nos ayudan en todos lo social y tratan de conseguir lo mínimo indispensable para la familia”, celebró.

Reconoció que se quedó en Misiones porque, más allá de la belleza de la provincia y de los buenos sueldos, “tenía la satisfacción de trabajar en un lugar que no te faltan las cosas. En reuniones con médicos de otros lugares suelo escuchar quejas. Acá estamos contenidos en el trabajo que realizamos. Y creo que a los que hacemos esta especialidad nos salva el hecho de no parar y que estemos formándonos constantemente”.

 

Un mundo atrapante

En sus tardes o fines de semana libres, realiza otras actividades. Es orquideófila y forma parte de la Asociación Posadeña de Orquideófilos. Tiene entre 70 y 80 orquídeas a su cuidado. Junto al mosaiquismo, son su cable a tierra. “Pasó que estuve muy enojada con alguien por cosas que discutimos en el hospital y, no soy de explotar, nunca me van a ver gritar, pero me di cuenta que esas cosas son mi cable a tierra. Las orquídeas son preciosas y acá, en Misiones, parecía muy fácil cultivarlas, pero la verdad es que en su momento fui una asesina serial de orquídeas, hasta que aprendí. Cuando descubrí que había un grupo que enseñaba, me acerqué, fui aprendiendo, comprando y coleccionando. Así que hoy tengo bastante para cuidar. Me apasionan porque verlas florecer parece un logro”, comentó la profesional.

 

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